miércoles, 4 de marzo de 2009

EL PEQUEÑO RELOJ CUCÚ



Fue un jueves de tarde en que el sonido de un camión advirtió su presencia…
El tan anhelado obsequio después de algunas ventas.
Ver la caja donde guardado estaba fue la fascinación por instantes, poder imaginar su estructura y comparar con el retrato era lo más gratificante.
Todos corrimos con la emoción primaria de algunos deseos.
¡Y allí estaba, el precioso reloj cucú!
Pequeño en verdad,
Color café, color verde, color naranja, color rojo…
Sólo un detalle inesperado…
No había cucú y a cambio había un… ¡conejo!
Que risa las que se produjeron y las que ahora recuerdo.
Mi madre se avergonzó y sólo atinó a decir: -que extraño reloj-
Bueno… que extraña la vida y aquí estamos, ¿no es cierto?
De todas maneras el reloj encantó, y lo mejor de todo eran esos tonos y melodías que salían de él. Una tonada distinta por cada hora en punto.
Para mi la más bonita era la de las 9, alguna melodía conocida quizá.
El primer día de trabajo pasó muy advertido y el segundo, y el tercero, ahora que lo recuerdo no hubo día que no se notara, cuando ya en la familia lo dejábamos de escuchar, siempre llegaba una visita que lo hacía vibrar y repetir la misma historia a mi mamá, que parece ser, no se agotaba de referirla.
Cuando la primera noche llegó a su lugar, mi hermano menor que no lo había visto por estar trabajando, se refirió al objeto como algo no deseado, y que esperaba que lo colocaran en un lugar donde su sonido no lo perturbara, sobre todo en las madrugadas, a lo que mi madre le interrumpió diciéndole que a su habitación ese sonido no llegaba, y que por lo tanto dejara de molestar, porque el pequeño reloj tenía su lugar, y era precisamente ese, nos gustara o no. Por mi no hay problema, contesté, pero en el fondo pensé que había que esperar la madrugada cuando el barrio duerme y los sonidos se apagan, cuando solo se escuchan los animales nocturnos y los electrodomésticos. Para mi delicia mi sueño es profundo, tanto que no lo escuché, y sólo cuando desperté al día siguiente a las 4:00 a.m. y escuché su voz recordé que teníamos un nuevo huésped, por cierto, bien frágil y especial para mi mamá. Era como su juguete nuevo. Tal vez los efectos primarios nunca nos dejan, solo los arropamos o camuflamos tras la línea de la madurez entendida como alejamiento de lo sencillo, de lo que verdaderamente nos hace seres vivos e inteligentes. Y, ¿qué son todas esas cosas?…
Bien, lo sé para mi, no lo sé para otros, tal vez no lo sé aunque crea que si. De todas maneras allí estaba el reloj disciplinándonos con su tono. Ahora, según mi madre, el tiempo pasaba más veloz. La mañana transcurría tan rápido que lo que hacía en una hora lo estaba terminando en dos, aún así, a ella le encantaba su reloj y se reía cada vez que escuchaba su melodía porque le recordaba que debía y tenía que apresurarse, ya vendría mi papá del trabajo, José Camilo su querido bebé del colegio, mi hermano que a veces estaba y otras no, y yo que no llegaba sino en la noche.
Así transcurrieron cuatro meses hasta que mis padres se fueron de viaje y sucedió lo menos que mi madre querría o esperaría. Su pequeño reloj comenzó a perder sus tonos, repicaba bien, en la en punto de cualquier hora, sin embargo las campanadas no iban de acuerdo a la hora indicada, por ejemplo, sonaban las 4:00 p.m. y las campanadas contadas eran 10 y así cada hora era un mal entendido de campanadas, por tal razón convine con mi tía Manuelita que en esos días nos acompañaba, que el reloj se quedaría sin pilas para cantar sus melodías y el repicar de las campanadas, así solo funcionaría para la hora. Ella no se inmutó, pero después de un rato pensó en mi mamá y en su mal humor por el daño del reloj, le dije que no se preocupara, que ella entendería pues solo eran unas pilas y de esas hay por montones en los supermercados y que si le hacía mucha falta ella se las compraría apenas llegara, pero en el fondo respiré tranquila porque a veces en esos momentos de insomnio el sonido no era sonido, era un eco fatídico.
Las vacaciones duraron una semana y al día siguiente de la llegada de mis padres mi mamá me preguntó acerca del reloj y de las pilas, le respondí que estaban encima de los libros que tienen en la habitación pero no las encontró. Me preguntó de todo y hasta si no sería que lo había dañado con propósito, a lo cual le respondí que me extrañaba que pensara eso porque ella sabe que no sería capaz de semejante atropello, aunque sólo una vez le menté la mamá a un compañero de trabajo, hoy me arrepiento de eso porque no soy obscena en mi lenguaje, pero siempre hay una primera vez, claro sólo fue esa vez.
El asunto no pasó a mayores y ella con cara de resignación dijo que le diría a mi papá para comprar las pilas, le dije que no se preocupara, que de eso me encargaba yo. Ella no me creyó porque cuando el reloj estaba recién llegado no se las compré, aunque aseguré que lo haría, pero es que pensar en esos tonos cada en punto del tiempo de la vida es más que un martirio, es un sacrificio abrumador.
Ya han pasado dos semanas y el reloj sigue sin melodía, sin tono por lo cual mi hermano duerme mejor, mi papá que nunca le prestó atención como casi siempre ocurre con esas cosas que el llama “trivialidades” sigue de la misma forma, y yo… estoy escribiendo esto para recordar que el tiempo visto a través de un reloj cucú que no tiene cucú es más dinámico, más alegre, más extraño. Sólo lo escuchaba de noche y de vez en cuando, en aquellas ocasiones en que no cerraba mis oídos, y en las cuales mi mente estaba en este mundo sin poder aislar ese monótono sistema de rarezas inconfundibles y renegados estilos de los otros que comparten esta locura diáspora del resurgir matutino, al ocaso vespertino del milagro llamado vida.
El tiempo no es tiempo sin cucú que nos recuerde el destino de las horas eternas, las horas vistas como límites de acciones programadas dentro de una rutina con pequeñas variaciones de estilo, de forma, que poco a poco moldean los sin instantes y las miradas frente a lo que parecen ser consecuencias eternas sin poder cambiar a veces el destino; francamente no creo en las casualidades pero sí en las posibilidades, aunque la incertidumbre siempre golpea el tránsito, aquel camino poco a poco visto, olfateado, gustado, amado o desamparado por los de antes, sin poder enmendar muchas veces las consagradas horas de vigilia o de dicha, porque el tiempo que se fue no regresa, y los sinsabores vividos están como huellas latentes cual veneno que nunca nos deja, para todos aquellos que gustamos de guardar pasado triste o presente que no se nota de tanto placer; o futuro que se labra en cada tic tac consagrado, el cual nos recuerda que no sabemos nada, y que las consecuencias siempre irremediables deambulan por ahí para fregarnos los rostros de nuestro oscuro sistema que somos todos, sin excepción alguna tras un linaje reconocido, el primer Adán, la primera Eva, que mientras peina su cabello el mal la seduce. Las horas de nuestros aciertos pasan con ventaja porque el tiempo bueno es el costoso, el verdadero. Alguien alguna vez me dijo que no debería ser tan complicada y de vez en cuando debería tranquilizar o matar una que otra neurona y después de eso reírme del desconcierto, a lo cual para ese consejo busqué un remedio, así que me fui a cine a ser una observadora contumaz y “disfrutar” de una película pésima. Me entretuve por dos horas, me detuve por dos horas, aprecié lo duro que fue tener que resistir en aquel lugar, pero lo logré, y después de eso vino la sensación inocua acompañada de una mirada inerte de profundo alivio, ya llegaría a la casa a contarle a mi papá lo mal que me fue y a escuchar el concierto que ofrecía el reloj el cual a veces de madrugada me recordaba que mi hora en la habitación estaba y sigue adelantada veinte minutos. Pero cuando escuchaba las campanadas aquellos días en que despertaba a las dos o tres de la mañana, lo odiaba porque aceleraba mi corazón, aunque a veces era un descanso, porque es cierto que podía dormir un poco más, aunque nunca daba resultado. Por eso las horas de un reloj cucú no pasan ligeras, no son inadvertidas, ahora llegan tan aprisa que es mejor consagrarse en la aventura de terminar el día para espaciar la mente y reírnos a través del espejo de ellas, lanzando un grito de victoria porque llegamos primero y luego solo nos queda cantar la tonada, contar las campanadas, dar media vuelta y descansar. Parece ser que es cuestión de ganar o perder, alguno dirá ¡que locura! ¿Todo por un reloj? Sí, tal vez, más esta anécdota solo la entenderán aquellos que como mi madre vean la vida a través de un reloj, aquellos que como mi padre no la vean y solo la disfruten sin envidias, ni apresuramientos baratos, con disciplina de libertad, con paciencia gozosa. La vean como mi hermano menor, un poco de locura no está mal… José Camilo… él es un niño de seis años y todavía no sé como la ve, sin embargo estoy segura que es más inteligente que algún otro para no perderse un solo instante, en los cuales pueda decir que me tiene una sorpresa y me de un beso verdadero, real, como poco de lo que hay por ahí agotado tras el tiempo que no es tiempo y la época que nunca fue, porque aún seguimos en el limbo de lo ausente con aquellos colores primarios que nunca nos dejan, porque en el fondo o en la superficie los mezclamos para darle gusto al tiempo nuestro, que no lo es, pero creemos que si cursamos algún detalle le ganaremos al tic tac, y con suerte no veremos a la muerte o siempre estaremos a un paso de ella con la esperanza de no tenerla en nuestros huesos; error, a diario nos traga la marea “no nacemos, morimos todos los días” y es que a cada paso de la aguja suceden tantas razones que terminamos abrumados, pero, ¿Qué hay del espacio entre cada movimiento? ¿Esos son los que realmente importan en un reloj? ¿Por qué esperamos la llegada, pero olvidamos el recorrido? ¿Por qué esperar? ¿Para qué esperar? Hoy escribo que escribo sobre un reloj cucú que por días me advertía, pero ya sus tonos no están presentes sino en mi memoria, como todo lo que veo, como todo lo que vivo. Ya no entiendo las horas… ¿son iguales todas?, ¿el día es el día y la noche es la noche?, seguramente el día es el día y la noche es la noche, pero no lo sé. No se cómo advertir la diferencia, quizás descubra otra puntuación que no sea el color del momento ni el afán de las horas. ¿Cómo relacionar tiempo y memoria?
Este espacio de incertidumbre abismal sin retorno, con una mirada casual a la historia tras un lección de ciencia ficción y máquinas voladoras que viajan más rápido que la luz a través de las épocas, me recuerda algo de lo que no he vivido, en lo que no he estado, pero que parece latir más allá de los ojos, creo que es el lenguaje universal de las razones no expresadas en público sino en consenso de tres en uno; por alguna razón extraña ahora todos estamos bajo el mismo techo marcándole al tiempo su medida, evaporándonos en cálculos modernos, momentáneamente riéndonos para acabar sin cabellos, sin dientes, sin mejillas, sin piel y sin huesos. Nunca es tarde para terminar lo dicho con acciones románticas o clásicas, barrocas o renacentistas; los dichos, es mejor enviarlos por correo así como el pequeño reloj cucú que un día llegó a mi casa y que aún sigue en ella, porque a pesar de todo es un hermoso objeto y vale lo que pesa… días más cortos, tiempos más nuevos, risas que nunca acaban, noches de tertulia en la mesa, miradas esquivas que anuncian otro momento de paz que no se agota como no se agotan las palabras verdaderas que perduran en el tiempo, aquellas que siempre nos resaltan algunos detalles íntimos que solo vemos a través de lagunas vaporosas en los miles de espejos que posee el silencio en medio de sonidos agotados, aprendidos de tanto repetirlos, disfrutados en lo poco o mucho del recreo del tiempo. Una lágrima vale un segundo, muchas nos recuerdan el valor vivido y adquirido; un deseo vale una hora de sueño, muchos, nos enumeran las Iliadas y Odiseas gratamente gustadas; un tesoro como los que conservamos de niños los cuales nos cuentan aventuras en el país de las maravillas o del nunca jamás, que ya murió porque crecimos, nos hicimos viejos y ahora hay que ser diferente, hay que observar el milagro de las mariposas, si nos asemejamos, será por descubrimiento exacto o por destino marcado por él; una vida bien vivida será aquella con la cual nos gastamos perdidos en la habitación donde el reloj se escucha en eco para poder observar las distancias y no maltratar virtudes ajenas. Lástima que nunca es así, nunca es natural vivir. Pero ésta es solo mi idea, tal vez no es la realidad. Ahora surge una pregunta, ¿cuál es la realidad? Tema para un grato debate cuando el reloj no marque horas, cuando el tiempo concebido sea eterno, porque para este tema no debe haber prisa, no debe haber muerte y de ella todavía disfrutamos todos los llamados mortales, aunque haya por ahí y por acá quien crea lo contrario.
Después de algunos años el reloj continúa en el mismo sitio, marcando las mismas horas…
Es extraño ver como algunas cosas nunca cambian, por ahora…
Tú qué crees…

Escrito realizado en un momento en que el tiempo no importó porque el tal no existe, ya no encadena más, ya no tengo prisa para nada de lo que quiero, que es nada, y de aquello que deseo porque ahora lo invierto viviendo lo que creo es la vida como siempre y como nunca, lejos de muchos y enfrente de todos. Es fácil… Nunca los veo. Sofía

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